Que placentero sería el mundo si entendiéramos que el arte es salud, aporta vitalidad y refresca la mente, da tranquilidad y equilibrio emocional, vigoriza el cuerpo; lo activa. Es el único lenguaje a través del cual nuestro espíritu puede manifestarse en su infinita abstracción.

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Si tan sólo recordáramos, como hacían nuestros ancestros prehistóricos, que la Danza nos acerca íntimamente a la Divinidad, devolviéndonos al entendimiento de que somos seres sagrados; espirituales viviendo una experiencia material. Entonces nuestros corazones vibrarían en su estado natural más puro: La Felicidad.

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Los bailarines tenemos el alma ligera, nos movemos en el movimiento constante del universo, por que escuchamos la música del silencio que vibra en el destello de las estrellas.

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La Danza se vuelve entonces nuestra identidad, porque los cuerpos no mienten, lo que se oculta en los misterios del corazón y la memoria; el movimiento lo delata.